«He venido a hablar de perplejidades, no de certezas». Con estas palabras comenzó su conferencia Jaume Ayats, músico, etnomusicólogo y flamante director del Museo de la Música de Barcelona. Ayats expuso sus perplejidades el día 5 de marzo en el Cosmocaixa, dentro del ciclo «La música y su impacto en el cuerpo y la mente», coorganizado por el IDIBELL y la Fundación La Caixa. El musicólogo habló del papel que tiene la música entre los humanos a partir de las experiencias vividas con culturas de todo el mundo y cuestionó muchas de las ideas sobre la música que damos por ciertas
En las sociedades occidentales damos por hecho que la música es un lenguaje universal, capaz de ser entendido por todos, pero eso, según Ayats, no es cierto. «La música puede ser enormemente diferente en cada cultura», explicó y demostró con varios registros sonoros. Incluso, «hay culturas en las que no existe el concepto de música». De hecho, el musicólogo llegó a afirmar que «la música es una noción propia de las sociedades europeas». La artificiosidad del concepto queda patente en la dificultad de definirlo, porque «no hay ninguna definición de música que sea convincente».
El nuevo director del Museo de la Música citó, sin embargo, algunos elementos básicos que la caracterizan. Entre estos axiomas, Ayats destacó que la música es una «actividad necesariamente social» que toma su razón de ser a partir de la relación entre personas. Otro elemento característico es su relación directa con el movimiento, porque «siempre que hay música hay cuerpos moviéndose». La música también es memoria, recuerdo, y está vinculada a una cultura concreta.
El especialista considera que la música es un concepto artificial que no representa un código autónomo, sino que más bien se trata de un metacódigo que no tiene sentido sin la lengua y el gesto. Por este motivo, Ayats prefiere hablar simplemente de manifestaciones sonoras. «No podríamos tener sociedad sin comunicación a través de sonidos», explica. Y remacha: «somos animales musicales».
El musicólogo sospecha que «la separación de música y lengua quizás no ha existido nunca», y que, al final, sólo podemos hablar de «expresión sonora». La lengua, explica, también tiene ritmo y entonación. Para demostrar la arbitrariedad de la distinción entre música y lengua, Ayats puso varios ejemplos de expresiones sonoras realizadas por diferentes culturas. Así, según explicó el experto, hay sociedades africanas que sólo reconocen como música lo que se baila y en muchas culturas los cánticos que se usan con finalidades religiosas no se consideran expresiones musicales.
Ayats enseñó un vídeo en el que una tribu de la Amazonia producía ritmos golpeando con las manos en una corriente de agua. La grabación le dio pie a reflexionar sobre el papel de los instrumentos musicales. «Cualquier objeto se puede convertir en un instrumento», afirmó, ya continuación advirtió que no hay que confundir los instrumentos con la música, porque aquellos, simplemente, «son un pretexto y un camino».
El especialista alertó que occidente está imponiendo su código a otras culturas, lo que está comportando una pérdida de la riqueza cultural propia de muchas sociedades. Ayats pidió que, «después de tres siglos de esfuerzo por parte de la cultura europea de dividir ahora nos toca rehacer el camino y volver a pensar el sonido como un elemento cultural».
Pero es que incluso «en las sociedades occidentales el concepto de música ha cambiado mucho en los últimos dos siglos». Jaume Ayats llamó la atención sobre el hecho de que la música tiene un peso cada vez mayor entre nosotros. «Nuestra sociedad está hiperocupada en sonidos», advirtió, y a continuación destacó que «hoy en una semana podemos escuchar más música que nuestros bisabuelos durante años». Ayats advirtió que esto probablemente está haciendo cambiar nuestros cerebros, especialmente entre las generaciones más jóvenes.
Una vez terminada la conferencia, muchas de las perplejidades iniciales ya se habían convertido en certezas. La más clara, que «el sonido nos hace humanos» y que lo que entendemos por música es un artefacto cultural. A la salida del Cosmocaixa, la lluvia repicaba rítmicamente sobre la azotea del edificio y
recordava una de las grabaciones que Jaume Ayats havia puesto durante la charla.